Omega: la Constante Dual
En determinadas ocasiones, la “contemplación” de ciertas expresiones o ecuaciones de tipo físico y matemático han ejercido en mi interior un indiscutible efecto simbólico. Éstas, por sí mismas, han supuesto para mí una base de meditación a partir de la cual he procurado encontrar una vía conducente en busca de determinados conocimientos de cariz más trascendente e, incluso, esotéricos. Este intento de hallazgo de la “verdad” latente en mi interior debo hacerla mediante la obligada utilización de dos de las “Grandes Luces”: La Escuadra y el Compás. Será pues la aplicación de la norma y del juicio justo en la apreciación adecuada de las cosas dentro del campo material haciendo uso de la Razón, lo que, en combinación del correcto entendimiento de mi facultad comprensiva espiritual, podrá en todo caso, llevarme a la Gnosis, y por lo tanto, a la Realidad.
¿Y cual es la punta de este Compás?
Para mí, sin duda, el G.·. A.·. D.·. U.·., aun cuando vaya por delante mi indiscutible respeto hacia todas las tendencias de opinión y diferentes creencias sobre el mismo.
Apelo de antemano a vuestra paciencia por la extensión de esta introducción o prefacio, pero se hace indispensable si lo que pretendo es mostraros mi visión sobre las respuestas a las preguntas “¿de dónde vengo?” y, en especial, “¿quien soy?”.
Mi primera “gran experiencia” de reflexión existencial y, por qué no decirlo así, Cósmica” fue el estudio de la Relatividad Especial de Albert Einstein y su final explicitación (muy simple, por cierto).
En el procedimiento constructivo de este trabajo, dónde pretendo comunicar desde el mi interior más sutil, me he propuesto no caer en la tentación de hacer grandes muestras de erudición, que incluso podrían resultar presuntuosas y del todo evitables. Me dispongo ya a entrar en materia, y desarrollar el sujeto- análisis, de la segunda expresión de tipo matemático que, empleando las herramientas del conocimiento francmasónico que hasta ahora he tenido la fortuna de tener a mi alcance, ha enriquecido mi espíritu y reforzado los argumentos de las respuestas de las dos grandes interrogantes planteadas anteriormente.
El estudio de la Proporción Áurea, y su manifestación dentro la naturaleza, supone un elemento de búsqueda que sólo puede definirse como “fascinante”. Definimos sección áurea como la división armónica de un segmento en media y extrema razón. Es decir, que el segmento menor es al segmento mayor, como éste es a la totalidad. De este modo se establece una relación de medidas con la misma proporcionalidad entre el todo dividido en mayor y menor. Esta proporción o forma de seleccionar proporcionalmente una línea se denomina proporción áurea. Por citar un ejemplo geométrico, la relación entre la diagonal del pentágono y su lado es el número d’oro: F.
Según la tradición, el símbolo representativo del conocimiento de la Escuela Pitagórica era el Pentagrama, también utilizado al final de sus escritos a modo de saludo. Haciendo referencia al personaje de Pitágoras (580-500 a.C.), apuntaremos que viajó por Egipto, Babilonia y posiblemente, la India, países dónde adquirió gran parte de su formación matemática y filosófica. Contemporáneo de Buda, Confucio y Lao Tse, estuvo muy influenciado por el misticismo religioso. Los pitagóricos aconsejaban la obediencia y el silencio, la abstinencia de consumir determinados alimentos, la sencillez en el vestir y en las pertenencias, así como el hábito del autoanálisis. Creían en la inmortalidad y en la transmigración del alma. Entre las amplías investigaciones matemáticas realizadas por los pitagóricos, encontramos los estudios de los números pares e impares, así como de los primos. Desde este punto de vista aritmético, cultivaron el concepto de número, que representó el principio crucial de toda proporción, orden y armonía del universo. El mundo, pues, estaba configurado según una estructura numérica, dónde solamente tenían cabida los números fraccionarios y enteros. Indiscutiblemente, mediante sus estudios, establecieron la base científica para las matemáticas.
Casualmente, la grandeza sublime del Teorema de Pitágoras y la mágica belleza del Pentagrama místico fueran dos caballos de Troya para la Geometría griega, porque traían en su interior la semilla de la profunda crisis de la escuela pitagórica de donde surgieron. Las consecuencias de su Teorema atentan contra sus fundamentos doctrinales, que los había llevado a establecer un paralelismo entre el concepto numérico y la representación geométrica. En efecto, el cuadrado que es una de las figuras geométricas más simples, proporciona un terrible ente: la diagonal, que no es conmensurable con el lado. Lo mismo sucede entre la diagonal y el lado del pentágono.
La creencia de que los números lo podían medir todo, era una ilusión. Quedaba eliminada de la Geometría la posibilidad de medir siempre con exactitud. Se había descubierto la magnitud inconmensurable, el número irracional –no expresable mediante razones–, «el alogon», que provocaría una crisis sin precedentes en la Historia de la Matemática. Esta sacudida dentro la Matemática griega puede palparse leyendo la leyenda apocalíptica atribuida a Procolo, que se relata en una parte del Libro X de Los “Elementos” de Euclides: «Se sabe que el primero en dar al dominio público la teoría de los irracionales, moriría en un naufragio, y fue así porque lo inexpresable e inimaginable debería siempre haber permanecido oculto. En consecuencia, el culpable, que fortuitamente tocó y reveló este aspecto de las cosas vivientes, fue trasladado a su lugar de origen, dónde es flagelado perpetuamente por las olas.»
es mágicamente irracional.
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